lunes, 7 de diciembre de 2009

Cada noche...


Cada noche me invito a ausentar el inocente abrazo que desinteresado te entrego, mientras sigues guardando tus miedos.
A veces te extraño tanto, con una necesidad entre pulmonar y cardiaca, que no basta pensarte (eso lo hago de una u otra manera todo el día), ni menos recordarte (creo que el recuerdo es esa transitoria fase que nace aleatoriamente posterior al olvido… y no caes ni caerás en ese archivo). No siendo suficiente respirarte, te fumo para aspirar hasta tu mas involuntario gesto y llenarme de lo que eres. Consumirte y consumirme. Consumirnos en un drogado trance tan placentero y nocivo, tan trágica y dulcemente complementario, como sonrisa y llanto. Tan inexplicable como paradigmático. Tan irracional como sensato, al igual que la vida requiere muerte, para ser digna de haber sido vida.
Sin entrar en cuestionamientos profundos, simplemente te fumo.
Te fumo y te amo.
De ese modo, me resulta licuable el sólido siglo desde que te fuiste, hoy por la mañana.
Te fumo y en ocasiones te comparto, contigo.
Afortunado con saber que me piensas, engendras entre las sombras una suerte de celos. Y el humo traduce tu silencio e interpreta tu distancia diciendo que estás lejos, que no avanzas, que no te acercas, que no decides ni arriesgas…
Yo callo. Mantengo el silencio que te escribí en mi último abrazo.
Capturo la esperanza de vencer tus miedos cuando vuelvas mañana. Hasta que algún día te quedes conmigo… para toda la vida.

Las sombras no son cuerpo. El humo es solo un producto.
Vuelve a ser materia. Vuelve a ser esencia. Vuelve pronto para hacer mas soportable este frío momento. Si no vas a volver porque te amo, vuelve al menos porque te quiero.