La vida va sumando días en su insaciable sed de formar historias. Comienza a caer enero como el primer abismo al que se asoma un año que se frotaba las manos con tantos sueños por cumplir.
Todo se interrumpe por las vacaciones y la televisión sólo destella playas, piscinas, muchachas en bikini y jóvenes sonrisas. Las mismas que hasta ayer daban vida al movimiento estudiantil que ahora duerme cansado, agotado tal vez, en espera de cargar fuerzas para emerger en marzo.
Pero ahora es vacaciones. Todo descansa. El mar se alimenta orgulloso dueño de cientos de miradas: las del ajetreado ejecutivo de cuentas bancario, del agobiado empresario, de la exhausta dueña de casa, contemplándolos desde lejos mientras le quitan la arena a las páginas de ese viejo libro que les acompaña. Un libro que ya forma parte del equipaje junto al bloqueador solar. El mar les regala la tranquilidad de sus olas como suaves caricias de madre a un hijo antes de dormir. Descansa, todo irá bien.
En la ciudad también se siente enero. Ya te lo dije, son vacaciones. La población decrece. Las calles muestran espacios contradictorios entre las sonrisas de quienes están a vísperas de su tiempo de relajo, la mirada desafiante y seria de los que ya vuelven, o el sacrificio de aquellos que no conocerán la palabra descanso. Aun así, por las noches los amigos se reúnen entre bohemias pláticas con ese yo qué sé compartido, provocándole insomnio a las calles y avenidas. Qué mas da?. Es tiempo de reir y en las plazas sobran bancos vacíos.
Dentro y a pesar de todo, sigo pensando en ti. Nuevo año no es vida nueva, sino darle curso a los sueños que fuimos ayer juntos. Emprendo el proyecto de un nuevo libro, cobijando la esperanza que tus manos alguna vez quiten la arena sobre mis palabras. Ya te contaré.
Se te extraña más de lo suficiente. No puedo menos.